Terminaron nuestras horas, queda un compás que remece nuestras espera. Una piel
que nos traduce las mentiras, como si fuéramos niños de roble o finas especies
de occipital trepanando el tiempo.
Aquella claridad que toma el ritmo y se apodera del viento,
ha decidido clavarnos su voz de saeta, para establecer el sol a sus fines
sostenidos. Mientras los oráculos nos predicen las fresas de conserva de
durazno.
Pero he aquí que en tu genialidad, el rumor del océano se ha
interpuesto a sinfonías. Y un para siempre aquí, se ha disuelto distante entre
las estrellas del sonido.
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