jueves, diciembre 29, 2011



Un día es sencillamente despertar. Probar del saludo que nos dio la vida e iniciar el eterno proceder del sustento: ay porque pasa el tiempo, ay porque soy parte. Esa caricia, ese abrazo apenas puede mantenerse férreo ante el tiempo y su estómago, es más que una comparación del tránsito de los buses del que decimos una pesadilla.

Ese pan ahora está más revestido por el cansancio, ese maíz que no olvida su origen ni su reposo inconsciente, ese pan que es llevado a nuestros labios ausentes de oración. Despertar, tan cercano. Despertar que cubre las horas del trabajo.

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