La rosa proyecta
el polen inconcluso de su vecina,
rayana a su nueva realidad de abeja
o reina despintada de alas.
La rosa hiere
a la sorpresa e inocencia de la niña
a la ternura incandescencia
de un placer indefectible.
Como el sol y esa fotosíntesis
que sintetiza el atisbo.
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