La sal y el tubérculo sumidos en un tantra predispuesto al sabor.
Me gusta el llanto del tren que procura no mancharse de metales o de sangre, que de alguna u otra forma la heredó.
Me gusta la esencia del oído que teme y juzga el resultado de un elucubrar de sonidos.
Me gusta el oprobio hacia la muerte hacia sus molduras de tiempo, hacia sus iniciales que me recuerdan tu género.
Y por sobre todo...
Me gusta tu rabel el balanceo de sus componentes cual péndulo sin ángulo de retorno, solitario y sin rumbo.
Me gusta la imagen de su indiferencia que dilata mis pupilas, que la lleva a estrellas invisibles que se encadenan en el aire, alterando mi razón y mi mirada.
Me gusta.
Me gusta el llanto del tren que procura no mancharse de metales o de sangre, que de alguna u otra forma la heredó.
Me gusta la esencia del oído que teme y juzga el resultado de un elucubrar de sonidos.
Me gusta el oprobio hacia la muerte hacia sus molduras de tiempo, hacia sus iniciales que me recuerdan tu género.
Y por sobre todo...
Me gusta tu rabel el balanceo de sus componentes cual péndulo sin ángulo de retorno, solitario y sin rumbo.
Me gusta la imagen de su indiferencia que dilata mis pupilas, que la lleva a estrellas invisibles que se encadenan en el aire, alterando mi razón y mi mirada.
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